apenas una idea comparten las acusaciones y las defensas de los siete  miembros del Liceo La Paz que durante toda esta semana se enfrentaron a  juicio por homicidio imprudente, en relación a la muerte del alumno  Diego Novo durante la actividad de natación, en marzo de hace cuatro  años: durante un lapso indeterminado de tiempo el niño se perdió de la  vista del socorrista y la monitora que vigilaban la clase de primero de  Infantil aquella mañana. Fue cuestión de minutos, pero suficiente para  que el pequeño acabara en el fondo de la piscina. 
Si esa falta de control se debió a un error humano, a un fallo en el  protocolo que regía el recinto deportivo o a un imponderable es algo que  corresponde a la jueza de penal 5 determinar. Tras escuchar las  declaraciones de los testigos y peritos, las partes fijaron ayer sus  posiciones ante el accidente, que puede costar cuatro años de cárcel a  los dos trabajadores que estaban al cargo de los niños y entre tres y  cuatro al coordinador de la piscina, el jefe de estudios, el director  técnico del Liceo y sus dos propietarios. 
“Todos son responsables. En sus respectivos papeles incumplieron el  deber de mantener la piscina siempre vigilada”, estima la representante  de la Fiscalía, para quien la imprudencia se produjo por omisión en el  caso de la dirección y de forma activa, en el del socorrista y la  monitora: “Confiaron en que los niños actuaran de forma diligente, lo  que desgraciadamente no ocurrió”. 
Esa falta de diligencia se refiere al hecho de que Diego, de solo  cuatro años, volvió a meterse en la piscina sin llevar puesta la burbuja  de flotación, aunque las dudas principales se refieren al modo en que  salió del agua. Para las defensas, lo hizo sin pedir permiso al  socorrista ni a la monitora, algo de lo que duda el abogado que  representa a los padres del menor, convencido de que fueron sus  supervisores quien le retiraron el flotador al pequeño, para luego  olvidarse de él. 
Esta parte coincide con la Fiscalía en que existió “descontrol y  descoordinación” del socorrista y la monitora, que intercambiaron sus  funciones para sustituir a la profesora de curso de Diego, ausente  aquella mañana. Pero por encima de eso, la acusación particular carga  las tintas en los fallos el protocolo de seguridad, un código que  defienden las tres defensas: “Era tan seguro que permitió que esto  ocurriera, y si no ocurrió más veces es porque Dios no lo quiso. Mis  patrocinados, lo que quieren, es que esto sea un punto final, y que la  actividad se regule”. 
Una posición opuesta plantea el abogado que representa a la monitora,  que admite una culpa “in vigilando” de quienes estaban en el recinto  –aunque circunscrita al ámbito civil y no penal– y el del coordinador,  que habla de un fallo humano”, un “lapsus muy pequeño con un gravísimo  desenlace”. 
Parecida es la tesis del letrado de los propietarios, el director, el  jefe de estudios y el socorrista: “Es evidente que algo falló, pero lo  que se produjo fue un error humano, nunca de protocolo”. 
Esta parte admite que las personas al cargo de la clase “pierden el  control” sobre el menor, pero no únicamente el socorrista y la monitora,  sino también el resto de docentes que en aquella hora pasaron por la  piscina. “No son todos los que están ni están todos los que son. Muchas  otras personas tuvieron intervención en este desgraciado accidente”,  estima esta defensa, y lamenta la falta de elementos que permitan  aclarar lo ocurrido: “No hay pruebas, todo son elucubraciones. Nadie  sabe realmente lo que ocurrió, de otro modo las personas que se sientan  en el banquillo lo hubieran evitado, seguro”. 
En efecto, de las tres sesiones de juicio resulta imposible extraer  datos fundamentales para esclarecer los hechos, como la identidad de la  persona que retiró a Diego la burbuja cuando salió del agua, si este  había pedido permiso para ir al baño o si lo hizo durante o después de  que terminara la actividad. 
Para la acusación particular, ello responde al “oscurantismo buscado  por el Liceo” y al “silencio cómplice” de los propietarios para  “ocultar” unas prácticas irregulares –sustituciones entre monitores sin  supervisión de sus superiores, clases a cargo del socorrista– que según  esta parte eran “habituales”. “No era para nada habitual. El protocolo  era correcto, lo fue durante 29 años”, defendió el letrado del colegio,  argumento al que se opone la acusación: “No estamos juzgando al Liceo  por su historia, sino por un hecho concreto”.  |